sábado, 23 de julio de 2011

¿Crisis sistémica o la madre de todas las crisis?

Estamos inmersos en una etapa desconcertante que unos expertos no entienden, los más, y que mantiene despistados al resto. Ninguna receta macroeconómica funciona. ¿Será una crisis más o el principio de una hecatombe gradual y paulatina que nos obligue a despertar de un sueño imposible? ¿Acaso habrá que plantearse cambiar un modelo de crecimiento que parece que ratea y se arrastra balbuceante no se sabe hacia dónde?

La prehistoria

Todo comenzó en Inglaterra con la Revolución Industrial hace ya la friolera de un cuarto de milenio. Cuando la invención de la máquina de vapor y el consumo masivo del carbón y más tarde de petróleo y de gas, gracias a la llamada 'tecnología del hoyo', es decir, a hacer simples agujeros en el suelo, permitió utilizar fuerza generatriz y mecánica en cantidades de las que nunca antes la humanidad había soñado siquiera disponer.

Esto, junto con la actividad investigadora y creativa que inventó mil artilugios y nos permite morir habitualmente de viejos, ha supuesto un incremento de la calidad de vida y un bienestar sin parangón en la historia.

Al principio se pensaba que la maquinización destruiría trabajo y empleo, con lo que hubo amplia oposición. Sin embargo, el progreso en marcha fue permitiendo abrir mercados y crear sectores productivos nuevos, uno tras otro, que traían el relevo en el empleo de los anteriores. Así, cada destrucción de jornales en una actividad caduca era seguida por un incremento mayor en otro sector emergente. Era la famosa destrucción creativa que hacía girar la rueda más deprisa cada día que pasaba a base de crédito y consumo.

Cuando comenzó la Revolución Industrial la mayoría de los trabajadores se dedicaban a la agricultura. Durante los siguientes doscientos años la industria fue tomando el relevo. Y, desde hace medio siglo, son los servicios los que acaparan la mayoría de los sueldos, sector al que ya le empiezan a salir termitas y pulgas. ¿Cuál será el siguiente en tirar del carro?

La historia

La segunda parte de la historia comenzó en los felices años veinte del siglo pasado. Cuando se descubrió que las finanzas y el crédito abundante podrían jugar un papel fundamental en el crecimiento económico, una vez desmantelado el patrón oro. Un tal Keynes, entre otros, teorizó de maravilla sobre el tema. No es que antes no hubiera habido crisis financieras o bancarias. Son consustanciales con cualquier sociedad mínimamente desarrollada, sea la romana, la renacentista o la nuestra.

Pero fue a partir de la debacle del 29 cuando se sistematizó y se avanzó en el buen uso que el sistema financiero podría aportar a cualquier sociedad desarrollada, tal y como estamos comprobando en nuestras apaleadas carnes. En aquella época el crédito-país medio (deuda pública más crédito privado, de las empresas y del sistema financiero) no era mayor del 150% del PIB.

Llegó la II Guerra Mundial, de la cual demasiados países salieron devastados y el resto arruinados o con la salvaje bota bolchevique aplastando millones de sanguinolentos cogotes. La destrucción general padecida se convirtió en una oportunidad de desarrollo que fue espoleada por el bendito plan Marshall. Fue la última vez que Estados Unidos hizo algo mínimamente coherente en política exterior. La aberración comunista no impidió que un tercio del planeta progresara, aunque lo intentó. Era la hegemonía del llamado Primer Mundo.

Eso, junto con la disposición ilimitada y casi gratis de recursos y energía, la inocuidad de las emisiones y la contaminación, o eso se creía entonces, más los avances científicos del momento, permitió alcanzar la calidad de vida actual. A cambio, la deuda de cualquier país, llámese Estados Unidos, Reino Unido, Japón, Alemania, Grecia o España por mencionar unos pocos, se ha ido incrementando paulatinamente hasta el entorno del 400 % del PIB. Es decir, el disfrute actual se ha financiado con las deudas de nuestros hijos.

Nos encontramos ahora con que la rueda no podrá continuar girando siempre a la misma velocidad endiablada en un planeta aislado alumbrado únicamente por una antorcha solar. Porque, excepto unos cuantos economistas laureados que todavía retozan en el limbo, el resto de los mortales descubrieron hace ya tiempo que los recursos de nuestro cuarto trastero global son finitos. Y lo que para unos son tan solo unas molestas externalidades, para los demás son las onerosas facturas y el drama que representarán los costes de adaptación al cambio climático, las producidas por la contaminación y la pérdida de biodiversidad, o las tensiones y los conflictos debidos a la incipiente escasez de recursos.

Para más inri, hace ya más de veinte años que cayó el muro de Berlín, con lo que otro bloque se unió al festín. Y, desde hace una década, China y el resto de los países BRICS piden paso con el mismo modelo financiero-consumista del todo vale selvático y depredador.

El mañana

Hete aquí, año 2011, que nos encontramos en medio de una crisis. Dice la mayoría que no es más que una etapa necesaria dentro de un ciclo, otro de tantos. Unos pocos tarados afirman que esta vez es diferente. Creen que el modelo que nos ha permitido crecer durante los últimos doscientos cincuenta años ya no da más de sí. Que comienza una larga etapa de desasosiego. ¿Quién tendrá razón?

Las motivaciones que han azuzado el crecimiento económico durante los últimos sesenta años parece que se están agotando. La innovación ya no es tan eficiente y no aparecen nichos de empleo nuevo suficientes que vayan tomando el relevo de los anteriores. Estamos endeudados hasta las cejas y somos cada vez más viejos.

El progreso de países como China está basado en nuestro consumo, financiado, para más guasa, por ellos. Y que sigue incrementando nuestra galopante deuda. ¿Hasta cuándo? Esta vez la destrucción creativa está incubando desolación humana.

Porque si nosotros no continuamos comprando a los países emergentes, haciendo oídos sordos a sus tropelías humanas y medioambientales, el sistema se detendrá y el castillo de naipes económico financiero mundial se derrumbará. Si lo mantenemos o incrementamos, si continuamos mirando hacia otro lado sin querer analizar los problemas de fondo, aceleraremos el agotamiento de los recursos, el deterioro ecológico del planeta y agrandaremos la miseria de tanto desfavorecido que nació en el lugar equivocado. A la vez, los desequilibrios de todo tipo entre las diferentes regiones aumentarán la inestabilidad y las guerras.

Y si se nivelan los bloques económicos cuando tanto los chinos como el resto de nuevos ricos consuman como posesos, es decir, como nosotros, la escasez de recursos se volverá endémica, el planeta quedará aviado para los próximos milenios y nuestros hijos, y todavía más nuestros nietos, tendrán tiempo de sobra para acordarse de sus ancestros. Con la deriva socioeconómica actual parece que, hagamos lo que hagamos, estamos condenados a que el sistema acabe saltando por los aires.

¿Cuál es la solución? Atemperarlo. Lo más sensato, vocablo parece que ausente de esta llamémosle civilización, es comenzar a estudiar seriamente como modificar un modelo agotado y hacerlo evolucionar hacia otro intrínsecamente más estable económica y financieramente, más humano, más racional y más digno. ¿Cómo? Bienvenidos a la atemperación creativa.

Leido en www.cotizalia.com / José M. de la Viña 05/07/2011

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