viernes, 15 de abril de 2011

Los españoles no hablan inglés… y a los americanos les preocupa

Artículo dedicado a nuestros hijos. Ellos son los que verdaderamente deben saber el significado de conocer un idioma universal.  De momento podemos decir que es el inglés, de echo, gran parte de la bibliografía mundial está y se sigue escribiéndose en inglés, le pese a quien le pese, pero por ahora es así. El próximo siglo -si la humanidad sigue contándolo- quién sabe si podría cambiar.

Leido en  www.cotizalia.com / @Sonia Franco   15/04/2011 06:00h
La elevada tasa de paro empuja a los españoles a buscar empleo fuera, pero se encuentran con un obstáculo: su escaso conocimiento de idiomas en general y de inglés en particular. Ésta era la tesis de un artículo publicado hace dos semanas por The New York Times, y reproducido por este periódico. El Departamento de Estado de Estados Unidos ha emitido un informe en el que denuncia que la política aplicada en Cataluña vulnera los derechos humanos. En particular, insiste en la discriminación que supone que se impida recibir la educación en la lengua mayoritaria del país, el castellano, según han publicado varios medios este fin de semana.  
¿Qué les pasa a los americanos con las habilidades lingüísticas de los españoles? ¿Por qué esta repentina preocupación? Posiblemente, porque ésta sea una de las cuestiones por las que nos hemos ganado a pulso el Spain is different. Tanto presumir del milagro económico español, de ser la octava economía del mundo (ahora la duodécima)… mientras nuestros propios políticos no son capaces de entenderse con sus pares en otros idiomas.
Y que el departamento que dirige Hillary Clinton ponga el acento en la indiferencia demostrada por las autoridades catalanas hacia las sentencias del Tribunal Supremo sobre la inmersión lingüística y el decreto del tripartito para exigir el título de catalán a los profesores universitarios por lo menos debería hacernos pensar. ¿No estaremos perdiendo el norte? En un momento en que España necesita más que nunca una economía más competitiva, ¿cómo es posible que nuestro país –políticos, jueces, sociedad civil- maree tanto la perdiz en algo tan crucial como es la educación lingüística de las generaciones futuras?
Se pueden decir muchas cosas sobre la importancia de un idioma. La lengua materna moldea nuestra imagen del mundo: los españoles damos a LOS coches atributos masculinos, mientras los italianos y los franceses piensan en ellos como femeninos (LA macchina, LA voiture), mientras los ingleses ni se plantean que un objeto pueda tener género (THE car). Hubo un tiempo en que se pensaba incluso que la lengua materna era una prisión que constreñía nuestra capacidad de razonar. Por ejemplo, si uno le preguntase a un matse de Perú cuantas mujeres tiene, no le bastaría con contestar que dos. Tendría que matizar: “Dos, la última vez que las vi”. Porque su visión temporal es distinta a la nuestra. La expansión de la lengua materna implica poder, porque extiende la visión de un país más allá de sus fronteras.
Los suecos temen que su idioma desaparezca, avasallado por la universalidad del inglés. ¿Qué futuro tiene un idioma cuando los intelectuales escriben en otra lengua para lograr una mayor conexión universal? El español no figura en este grupo de riesgo, pero está en crisis, y no sólo en Cataluña: en Madrid o La Rioja cada vez se habla peor, con un vocabulario más pobre.
En el mundo en el que vivimos, es difícil conformarse con hablar una única lengua. El conocimiento de otros idiomas proporciona libertad, oportunidades y una visión más amplia del mundo. Da la posibilidad de moverse de un sitio a otro con seguridad, de conocer mejor cómo piensan otras gentes. Da facilidades para encontrar trabajo e, incluso, pareja, al abrir considerablemente el abanico de personas con el que uno puede comunicarse.
De ahí que nuestro bajo nivel de inglés llegue hasta el New York Times, que la iniciativa de Iniesta de aprender catalán haya generado miles de airados comentarios en Facebook y Twitter o que la polémica Dame Edna (en realidad, Barry Humphries) desatara las iras de los hispanoparlantes al cuestionar en Vanity Fair la conveniencia de aprender español en Estados Unidos por ser un idioma que sólo habla el servicio.
El idioma nos toca la fibra, sí. Pero, en el fondo, no debería ser más que una cuestión de puro sentido común. En el ámbito privado, lo primero que debería preocuparnos en este país es hablar un buen castellano, aunque sólo sea por vergüenza torera. El español lo hablan ya 450 millones de personas y es el segundo idioma del mundo, por encima del inglés. Lo segundo, tomarnos más en serio el aprendizaje de la lengua de Shakespeare. Es lógico que para mi generación saber inglés fuese una ventaja competitiva. Pero, con todo lo que hemos sufrido nosotros por ello, ¿cómo es posible que nuestros hijos no lo traigan de serie? Y lo tercero, pues oiga usted, que cada uno en su casa, sea sueca, galesa o catalana, hable lo que le venga en gana.
En el terreno de lo público, lo importante es que se nos dé la libertad para elegir y las facilidades para hacerlo. Y que los políticos sienten unas prioridades basadas en la lógica y el sentido común más que en los gustos de los votantes de dónde se vayan a celebrar las próximas elecciones. No hay mejor momento que éste, en el que la crisis ha removido todas nuestras entretelas, para decidir cuál es el verdadero problema y atacarlo de frente: ¿qué es más grave, que los niños españoles no hablen inglés o que aprendan demasiado catalán? Los americanos parecen tenerlo claro. Nuestras autoridades, no. ¿Y vosotros?

miércoles, 6 de abril de 2011

Assange: "Internet es la mayor máquina de espionaje que el mundo ha conocido"

La frase se atribuye a Julian Assange durante su primera comparecencia pública en cuatro meses, celebrada ayer ante la Cambridge University Union Society.

Al tratarse de un club privado, y estar prohibida la asistencia de periodistas y público en general, parecen no existir grabaciones de la charla, por lo que resulta complicado saber qué quiso decir Assange en realidad.

El despliegue de dieciocho guardias de seguridad (diez de ellos aportados por el propio Assange) tampoco contribuyó demasiado a la transparencia informativa.