jueves, 5 de mayo de 2011

Comunismo, corrupción… ¿A qué le tienen miedo los millonarios chinos?

Leido en:    http://www.cotizalia.com

@Ángel Villarino (Pekín)   03/05/2011 06:00h

“Ahora que las desigualdades están aumentando tanto en China, surgirán grandes problemas, muy difíciles de afrontar. No sé qué pasará en el futuro, de modo que estoy preocupado por la seguridad de mi capital”. Quien habla es uno de los cientos de millonarios chinos que ha encuestado Bain and Company bajo cláusula de anonimato. Con los datos recolectados, esta consultora internacional acaba de presentar el informe 2011 China Private Wealth Study, un documento que retrata a los cerca de 600.000 chinos que se han hecho ricos de la noche a la mañana.

Unas modelos presentan una colección de Cartier durante una cena privada en Shanghai

 

Entre otras cosas, se destapa una tendencia hasta ahora poco estudiada: mientras las empresas de todo el mundo se esfuerzan por entrar en China, más del 60% de las grandes fortunas del gigante asiático están pensando en hacerse con un permiso de residencia en el extranjero. Las motivaciones principales son educar allí a sus hijos y trasladar una parte de las riquezas atesoradas en los años del “boom”. Por si llegase a ser necesario. Las restricciones que impone la legislación del país comunista imposibilitarían, en todo caso, una fuga masiva de capital.

El informe hace notar que más de un 10% de los adinerados chinos ya disponen de papeles para vivir fuera. Muchos de ellos “compran” permisos de residencia en países como Estados Unidos, Canadá o Australia, aprovechándose de los programas de estas naciones para atraer capital foráneo, como explicábamos el año pasado en este artículo. Además, de 2008 a 2010 se han multiplicado por cuatro los activos privados chinos en otros puntos del planeta, la mayoría en democracias occidentales.

Y hay más: la “seguridad de la riqueza” se ha convertido en el segundo principal motivo de preocupación para las familias más beneficiadas por las aperturas de los últimos 30 años, sólo por detrás de las oportunidades de inversión. Contactado por Cotizalia, el coordinador del estudio, Johnson Chng, prefirió centrarse en el enfoque técnico y no entrar en valoraciones. “Nos limitamos a indicar que los individuos más ricos de China están convirtiéndose rápidamente en inversores sofisticados. Y es cierto que más de la mitad dicen estar pensando en la residencia extranjera, aunque sólo el 11% ciento ha empezado a hacerlo. También hay un 40% que nunca lo ha considerado”, matiza el experto, haciendo notar que cada vez más chinos consultan con inversores profesionales, la mayoría de las veces en bancos nacionales. “Se están sofisticando”, insiste.

Mientras algunos expertos hablan de una lógica “diversificación” en los intereses de estos nuevos ricos, otros creen que realmente hay una verdadera inquietud de fondo por el futuro del país a medio plazo y por su seguridad financiera en particular. No hace falta recordar que China sigue siendo una dictadura que, sin haber abandonado sus símbolos comunistas, es ya una de las naciones con mayores desigualdades económicas. El coeficiente Gini lo coloca por encina de Estados Unidos y acercándose rápidamente a los grandes campeones en materia, como Brasil. La nueva lista de Forbes, recién sacada del horno, certifica 213 fortunas con más de 1.000 millones de dólares, mientras la renta per cápita sigue estando al nivel de algunas naciones subsaharianas. “Saben que han acumulado su riqueza en ambiente confuso, turbulento. Y saben que, en ese mismo ambiente, el dinero puede desaparecer fácilmente. Mientras que en lugares más estables, la riqueza es menos volátil”, recuerda Gu Jun, profesor de sociología de la Universidad de Shanghai.

Más de 4.000 funcionarios corruptos desaparecidos

Son muchos los motivos que animan a los potentados chinos a invertir o solicitar permisos de residencia en otros países. Una pequeña proporción, aunque políticamente significativa, es la de los funcionarios y empresarios que se han enriquecido ilícitamente y han optado por huir, muchos de ellos con parte del botín. Resulta complicado contabilizarlos pero, a principios de 2010, el Gobierno admitió que han “desaparecido” más de 4.000 funcionarios corruptos desde que China empezó a abrirse al libre mercado, llevándose unos 50.000 millones de dólares.

Según otros análisis, a muchos otros millonarios también les preocuparían las menguantes oportunidades de inversión que ofrece su país: los bancos dan menos de lo que quita la inflación, las bolsas permanecen más bien planas y el mercado inmobiliario da síntomas de agotamiento, después de unos años en los que el estallido de la burbuja parecía inminente y tras las medida del Gobierno para evitar que sigan aumentando los precios y la especulación. En este capítulo, Bain aporta un dato interesante: más de un 40% de los multimillonarios chinos reducirá este año sus inversiones en ladrillo, mientras que sólo un 3% planea aumentarlas.

También hay quien apunta al inminente relevo en la cúpula del Gobierno chino como fuente de incertidumbre añadida. La verdad es que no se esperan grandes cambios desde el punto de vista económico, pero la urgencia que generan las crecientes desigualdades sociales y la corrupción podría engendrar sorpresas. Dentro del Partido existen diferentes corrientes y, aunque los lazos entre el poder económico y político son muchos e intensos, no debería descartarse del todo un golpe de timón o un ajuste de cuentas entre bandos, sobre todo si se produce un pinchazo económico. Michel Pettis, un conocido profesor de Finanzas de la Universidad de Pekín, no cree que los millonarios chinos tengan “una prisa tremenda por salir del país, sino que más bien quieren estar seguros de que las puertas están ahí”.

 

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