jueves, 24 de noviembre de 2011

La silenciosa conquista china


Después de leer este artículo de Angel Villarino en Cotizalia no tengo más remedio que pensar en el futuro que se nos avecina. Es el capitalismo más salvaje después de la revolución industrial, que además viene de la mano de una dictadura que amordaza enormemente la libre expresión y los derechos más fundamentales del pueblo chino. Es increíble como la población china con sus 1300 millones de habitantes está siendo sometida hasta extremos no conocidos en occidente en las últimas décadas. Occidente ha despertado el dragón chino, para aprovecharse del bajo coste de su manufactura, pero esa pelota le está siendo devuelta con la misma moneda. Nos espera un futuro incierto.

Ángel Villarino (Pekín)   18/11/2011
Pocas cosas van a marcar tanto nuestro futuro como el despliegue económico de China a lo largo y ancho del mundo en desarrollo. Oímos hablar a menudo de ello: conocemos las cifras, observamos síntomas en nuestros viajes, escuchamos descripciones puntuales en boca de activistas o diplomáticos, leemos la versión oficial de los políticos y sacamos conclusiones aventuradas. Sin embargo, resulta difícil hacerse una idea global de qué está sucediendo realmente ahí fuera. Para cubrir este vacío, acaba de publicarse en España un libro sensacional que tiene poco que ver con esos ensayos sobre el gigante asiático en los que se repiten las mismas cifras, citas y reflexiones desde hace años.
La silenciosa conquista china (Crítica) se mete hasta la cocina a través de un viaje por 25 países. Pone en boca de obreros mozambiqueños, por ejemplo, las condiciones de trabajo impuestas por sus patronos chinos; ilustra el daño medioambiental causado en los bosques de Siberia por la tala descontrolada para abastecer el mercado asiático; explica cómo Pekín comercia con Irán a pesar del bloqueo económico y describe, hablando con sus protagonistas, las miserias provocadas por la extracción de jade en las minas de la Birmania. Partiendo de la experiencia directa y la documentación exhaustiva, los autores montan un marco teórico cuyo punto de tensión se localiza en torno a la gran pregunta: ¿Se beneficia el resto del mundo en desarrollo del ascenso de China? La conclusión, con sus muchos matices, es que sólo las élites bien posicionadas obtienen ventajas cuando el dragón llama a la puerta.
Sus autores, los periodistas españoles Juan Pablo Cardenal y Heriberto Araújo, han invertido más de dos años en el proyecto. Se puede estar más o menos de acuerdo con la tesis central del libro, pero lo que es innegable es que en sus cerca de 300 páginas plasman un ejercicio de reporterismo apabullante, una rara perla en medio a una profesión en coma, donde ya cabe todo excepto la investigación y descripción rigurosa, pausada y honesta de los hechos.
Aunque el libro ofrece bastante más, he querido resumir aquí las cuatro conclusiones que considero más importantes.

  1. Actitud “neocolonial”. Los autores sostienen que el despliegue de China por el mundo sigue una lógica neocolonial, similar a la del Imperio Británico o a la del “imperialismo occidental”, ya que se abastece de materias primas sin procesar, al tiempo que inunda los mercados con sus manufacturas. Por ejemplo, China refina el 30% de la gasolina que consume Irán, país que sostiene la segunda reserva de petróleo más grande del mundo. Algo similar ocurre con la soja que importa desde Brasil y Argentina, el gas de Turkmenistán, el cobre, acero, etcétera. Al no existir una sociedad civil ni un estado de derecho, las empresas chinas no sufren presiones, ni necesitan disimular una actitud de transparencia.
  2. Alta competitividad. Las grandes empresas chinas, la mayoría de ellas estatales o con un fuerte respaldo de Pekín, empiezan a batir a sus competidoras, sobre todo en entornos complicados y en regimenes embargados o castigados por Occidente, como pueden ser Sudán, Zimbabue o Venezuela. Para abrirse camino, utilizan los recursos de los últimos 30 años de crecimiento, cuya acumulación es fruto de la “represión financiera” a la que se somete a los ahorradores chinos. Sirviéndose de esta ingente reserva de capital, se posicionan y reproducen su modelo de desarrollo, enviando incluso su propia mano de obra a construir puentes, estadios, presas y aeropuertos (la famosa propuesta -infraestructuras a cambio de commodities-). Al final, concluyen los autores, la población local apenas se ven beneficiada por la lluvia millonaria de inversiones, algo que está generando crecientes recelos “anti-chinos” en medio mundo.
  3. Presión demográfica. China soporta más del 20% de la población mundial con un 7% de la tierra arable y un 6% de las reservas de agua. Elevar la calidad de vida y mejorar la dieta de sus cerca de 1400 millones de habitantes constituye un desafío imposible de contener dentro de sus fronteras. El auge de su economía, su sed de recursos, tiene ya un impacto visible en varios puntos del planeta y está provocando desastres medioambientales similares a los que se han producido dentro del propio territorio chino en las últimas décadas.
  4. Una expansión no tan pacífica y aún menos democrática. Quizá la parte más polémica del libro es la que contradice la visión compartida por muchos sinólogos, según los cuales es poco probable que China despliegue ambiciones expansionistas a medio plazo. Basándose en ejemplos actuales como el posicionamiento de Pekín ante Tíbet, India o Taiwán, los autores tiran por tierra esta idea y subrayan que el gigante asiático defiende sus intereses con gran agresividad cuando su Gobierno lo considera necesario. También sugieren que el régimen no parece tener intenciones de acompañar las aperturas económicas con una paulatina democratización.

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